LA CATARSIS DEL ANILLO

Este relato es la pieza final del rompecabezas... disfrutadla, y si leísteis además 'Sombras de la Distopía', 'La Agonía de la Taberna' y 'Entre los enigmas' puede que os acerquéis a la verdad, como dijo alguien alguna vez...

Glosario de palabras poco comunes. Mi definición es la que creo apropiada según el contexto para que se comprenda el texto.

Anfractuosidad: cavidad sinuosa o irregular en una superficie o terreno.
Argénteo: plateado.
Bandullo: vientre.
Ceniciento: gris.
Deflagración: explosión.
Deletéreo: letal.
Embelesado: embobado con algo.
Engarzar: enlazarse a.
Escudriñar: examinar cuidadosamente con la mirada.
Espectroscópico: que tiene que ver con el espectroscopio, instrumento utilizado para obtener y observar un espectro.
Fuliginoso: de color del hollín.
Fraguar: unir (normalmente se usa con metales: 'fraguar oro y estaño').
Garrancho: parte aguda y saliente del tronco o rama de una planta.
Grandilocuente: con aires de grandeza.
Jacintino: de color violeta.
Malhadado: infeliz.
Paulatinamente: lentamente.
Pertrecharse: equiparse.

LA CATARSIS DEL ANILLO

Jack Moldron y Patrick McFinnegan se pertrecharon con ropa de campo cómoda para ir al bosque.
-Moldron, deberíamos haber llevado más agentes.
El aludido se rió con suficiencia.
-¡Por favor, Patrick! ¡Estamos buscando un lugar que ha sugerido un loco! Venimos aquí solo por un pálpito que tengo... nos penalizarían si supieran que le hacemos caso a un lunático.
-Cierto...-asintió McFinnegan-Bueno, espero que aquí dentro haya buena cobertura, ¡porque si nos metemos en un lío será nuestro recurso!-continuó grandilocuentemente.
-Anda, calla y concéntrate. Podrías tropezar y dejarte los piños en cualquier parte.
El bosque Lockwood, o Lockwood, a secas, había sido declarado parque natural hace algunos años, solo porque circundaba al bello lago Pearlwhind, la principal atracción turística de la zona. De hecho, la estampa más típica para las fotografías era la clásica familia haciendo un picnic a orillas del lago, con el frondoso bosque al fondo.
Mucha gente iba al lago... pero nadie se adentraba jamás en ese laberinto deletéreo de  oscuras ninfas espectroscópicas, por no decir nadie. La tupidez de las copas de los acebos y los robles eclipsaba al astro rey, alumbrando Lockwood unos pocos rayos tímidos que se filtraban por las anfractuosidades celestes... este denso ramaje contrastaba con troncos caídos, fragmentos de cortezas, alguna que otra misteriosa figura tallada en una roca, tierra de un color marrón profundo y más que alfombraban Lockwood. Y, en aquel mundo de misterios, especies salidas de la imaginación decrépita del Creador vivían, sin que nadie perturbarse su existencia. Pero sobre todas las descripciones, sobre el bosque pesaba aquella teoría de quienes intentaron visitarlo alguna vez... si entrabas demasiado, era probable que no salieras.
McFinnegan sabía todo esto, al contrario que su compañero, que parecía menos concienciado del peligro que podía suponer ahondar en Lockwood.
-Sabrás hacernos volver...
Moldron miró su reloj de pulsera analógico.
-Son las ocho y media de la mañana, querido amigo. Antes de que anochezca, te sabré llevar de vuelta, tranquilo... pero de aquí yo no me voy hasta que lo encontremos por mis huevos-rechinó entre dientes sin que McFinnegan lo oyera.
Los haces de sol que bendecían el bosque con su luz se fueron intensificando a medida que pasaban las horas. El sudor goteaba paulatinamente por las frentes de los dos hombres, y el hambre empezaba a tomar relevancia. McFinnegan era de esos tipos que opinaban que no se podía rendir bien con el estómago vacío. Así se lo dijo a Moldron, el cual le dio la razón y declaró un alto en el camino.
Estaba ya Patrick McFinnegan abriendo la cremallera de la mochila para sacar los sandwiches y las latas de cerveza tibia cuando, como una señal del destino, Moldron divisó un claro del bosque iluminado pálidamente por el sol, y avisó a su compañero para trasladarse allí para almorzar. Así lo hicieron, y Moldron dio, mirando al cielo sin nubes, una honda inspiración:
-¡Ah...! ¡Un poco de aire fresco!
Patrick McFinnegan rió, mientras se arrodillaba y ponía la mochila sobre una roca plana, que pretendía usar a modo de mesa. Estaba ya sacando de nuevo la comida, sonriendo, cuando alzó la cabeza y entrecerró los ojos.
-¿Qué suena?
-¡Los pájaros! ¡La brisa! ¡La naturaleza!
-No, no... ¿No oyes otra cosa?
Moldron se calló y aguzó el oído.
-Ahora que lo dices, ¡sí...! Es como un zumbidillo. ¿De dónde viene?
Los dos hombres se detuvieron y escudriñaron el claro, en busca del origen de aquel pequeño zumbido eléctrico, en el cual de vez en cuando irrumpía un leve chisporroteo. Pero por más que investigaron el lugar, no supieron la fuente del sonido, hasta que los ojos de Patrick se iluminaron con una mezcla de sorpresa y miedo.
-Jack, tu bolsillo-señaló, temeroso.
-¿Qué...?-respondió Moldron, metiéndose la mano en el susodicho- ¡Mi móvil no está sonando!
-El ruido viene de ahí- replicó McFinnegan- Si no lo encuentras tú lo encuentro yo.
Justo antes de que su compañero le perforase el bolsillo con sus zarpas, Moldron le paró e hizo una segunda búsqueda con más ahínco, sacando como resultado su cartera. Los dos hombres la miraron atónitos, mientras un tenue resplandor morado salía de ella, junto con el zumbido.
-¡Ábrela ya!- gritó McFinnegan, desesperado.
Moldron, temblando, la abrió, y los dos, sin saber qué sentir, contemplaron a través de un compartimento de  plástico el anillo de Tyler, cuya figura ilegible brillaba más y más con una intensa luz morada. Estaban los dos embelesados por aquel artefacto cuando soltó una chispa muy sonora y Moldron dejó caer la cartera al suelo en un aspaviento.
Entonces sucedió. Una deflagración sibilante desintegró la cartera sin dejar humo, y de la joya argéntea emergió una figura de luz púrpura cegadora, que tomó la forma de un dragón de dos metros de longitud, alas largas y puntiagudas, patas afiladas, cola siseante y morro esbelto.
Moldron y McFinnegan se tiraron al suelo, cubriéndose detrás de la roca que había estado a punto de servirles de mesa, para observar el dragón que batía sus alas poderosamente, unido al anillo por un hilo serpenteante de luz que se movía ingrávida e hipnotizadoramente.
El dragón pareció tomar aire y exhaló una llamarada que hizo a la realidad quemarse en manchurrones incendiarios; pero estas manchas no exterminaban el claro. Dibujaban a brochazos su alter ego, hasta que tras varias pinceladas, este cuajó,  dejando a la vista un claro de robles cenicientos centenarios, con ramas hacia arriba clamando al cielo gris en tormenta. El viento retumbaba y atronaba, cuando el dragón terminó de escupir fuego púrpura y se lanzó hacia los dos mayores robles, justo enfrente de Moldron y McFinnegan, cuyas ramas trazaban un arco sombrío hasta juntarse en dos garranchos malhadados. Engarzó las patas delanteras a las ramas y las traseras al tronco, tras lo cual su vientre de luz empezó a ensancharse mágicamente, disminuyendo proporcionalmente el resto de sus partes. Y, en el centro del bandullo, se empezó a formar un remolino aciago fuliginoso, que fraguaba bellamente la luz jacintina con aquella espiral ennegrecida. Y, mientras los dos agentes contemplaban aterrados aquella diabólica ficción hecha realidad, el círculo enorme terminó de expandirse, tomando la apariencia de un portal circular. Antes de que la cabeza del dragón desapareciese, sus fauces de luz desprendieron un último hálito espectral, que se materializó en dos palabras hermosas y lúgubres que coronaron el portal infernal: 'Circulus Rabidus'

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