El funeral extraordinario

¡Goooooooddammit! En inicio esto iba a ser un texto cómico pero supongo que se me fue la mano. Aunque, claro, si hablo de un tipo que invita a la gente a su propio funeral, hay que tener mucho truco para hacer algo gracioso. Este es, en mi opinión, uno de mis textos más negros. Creo que es algo lo suficientemente extraño como para que puedan surgir conclusiones distintas.
Pupetizar: convertir algo en marioneta. El verbo me lo inventado yo porque porque porque PUEDO.

El funeral extraordinario
Llegó el 21 de abril con un buen día soleado para celebrar una fiesta de cumpleaños. Pero mi fiesta no iba a ser una cualquiera: iba a ponerme fin. Y había invitado a todo el mundo a presenciarlo: quiero decir, no se lo oculté en ningún momento. Mi mejor amigo me dijo que aquello era un disparate, que tampoco era tan feo, pero yo estaba decidido. Celebramos la fiesta al lado del hoyo, a cuyos lados pusimos las mesas del catering, una de ellas sobre mi ataúd de roble. Buena madera, me la merezco.  Yo fui el primero en llegar y uno por uno, hombres de traje, mujeres de vestido largo, me fueron dando sus condolencias. Tardaría una eternidad (que la tengo) en dar parte de todos las despedidas así que solo referiré las principales.
-Oh boy. Lamento no tenerte en clase más. Ahora no hay nadie que quiera ponerse al lado de Jaime.
Ese fue mi tutor Salvador.
-He oído que vas a morir virgen. Por ser una ocasión excepcional, podemos ir detrás de aquellos arbustos por un euro.
Una señora que no recordaba haber invitado. Pasaporte.
-Yo, bueno... cuando te dije que te quería como amigo, no pensaba que...
-Si vamos a seguir siendo amigos, Laura, tú no te preocupes. Simplemente que seré un amigo al que en vez de llamar por teléfono podrás rezarle.
De una palmada la empujé hacia el catering.
-Hummm. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Por favor, Javier, no te vayas, ¡tienes una vida por delante!
Mi mejor amigo. Me daba pena dejarle. Apreté la cara, entrecerré los ojos y di vueltas con la muñeca.
-La tontería.
Algunos me suplicaron que no lo hiciese. Que cambiarían. Que dejarían de hacer tal o cual cosa. Que no se pensaban que fuese para tanto. Yo no aguantaba la hipocresía. La culpa es más fuerte que la gratitud, alguien lo dijo... paso de vivir en esta dimensión de personas y sombras invertidas. Otros me abrazaron y besaron. Incluso mi amigo Carlos, que estudiaba Derecho y siempre había sido muy de apretón viril, me humedeció el hombro. La ternura sincera de algunos me ablandó, pero la decisión estaba tomada y fui al micrófono.
-Os estoy llamando la atención. Os estoy llamando la atención. ¿Sí? ¿Ya? Bien... el discurso.
El silencio se derramó como una líquida telaraña por los invitados, cuyos ojos estaban a punto de rodar hacia mí.
-Uuuuh... bueno. El caso es... ja, esto es gracioso, no me digáis que no. Apuesto diez euros a que nunca os habían invitado a un suicidio... aunque bueno, no podría pagároslos... ¡Ja! ¡Qué gracioso!-nadie rió-¿Qué? ¿Dónde está vuestro sentido del humor ahora?
Me separé del ataúd donde había comenzado y comencé a caminar entre los presentes.
-¡Oh, mira, el gafas! ¡Oh, mira, el feo! Aunque también me hacía mucha gracia lo de 'Que va a llegar alguien'. Lo de 'La vida es así'. Lo de 'Todos hemos pasado por el colegio'. Vaya. Deberíamos suicidarnos todos. Y así la vida sería soportable. Aunque no habría nadie, entonces, que la pudiese disfrutar en ese estado. Qué paradoja. ¿Nunca pensasteis en ser siquiera un poquito amables?-con un ojo guiñado, examiné con el otro el pequeño espacio que dejé entre índice y pulgar- Mi mamá y mi papá decidían qué debía estudiar. Mis amigos decidían lo que me gustaba o no. Y un montón de gente decidía un montón de cosas por mí; nadie me consultó. Podrías callarte. Tenemos tendencias naturales, eso es aceptable, pero no es aceptable que quieras matar a alguien y simplemente lo mates.
Tomé aire y les barrí con una mirada inclinada hacia abajo. 
-Yo no puedo soportar tanto ruido. Yo-no-puedo. Y por eso decidí irme al único lugar donde, se cree, reina el silencio. Hice todo lo que pude. Fui lo mejor que pude con cada uno de vosotros. Os intenté querer. Pero paso de vivir entre cables de hierro que me pupetizan. Quitad el catering del ataúd, por favor. Es una mesita de ruedas.
El sacerdote, diligente, la desplazó hacia un lado del que se dispersó la gente. Saqué mi pequeño revólver del bolsillo interior de la chaqueta y puse los pies dentro del féretro.
-Y, por favor, haced.
Con demente firmeza, arrastré el cañón de mi ombligo a mi boca. 
-Damaj. Caballeroj. 
Negro.

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