LOS AMANTES FALSOS

Los últimos casos de violencia de género me han inspirado para escribir un texto en tono de protesta contra este crimen, contra el que, en mi opinión, urge luchar... un texto, en mi opinión, desasosegante, agresivo e inquietante. No busco que disfrutéis con esto... simplemente, sacudiros el alma.

LOS AMANTES FALSOS
-No.
La abofeteó.
-¿Qué has dicho?-gritó furioso.
-He dicho no. No me callaré. Ya no te aguanto más.
-¿Y qué si no me aguantas? ¡Te vas a quedar aquí por mis cojones!-replicó agresivo.
-No voy a quedarme callada más tiempo...-dijo ella, desafiante.
Claudia sabía que aquel momento era nuevo. Evidentemente era tenso como ningún otro momento lo había sido, y se enfrentaba a él desde la inexperiencia. Sólo instinto. Sólo instinto de supervivencia...
-¿Ah, sí? ¿Y sabes qué voy a hacer yo si tú no te callas...?-hizo una pausa dramática, con una sonrisa desencajada y unos ojos desorbitados-Voy a coger el cuchillo más grande y afilado que tengamos... voy a meterte en el maletero del coche y voy a conducir hasta algún descampado donde nadie pueda oírte... entonces voy a agarrar el cuchillo bien fuerte ¡y te voy a rajar de arriba a abajo como a un conejo!-gritó, con saliva borboteando de las comisuras de los labios- ¡Voy a sacarte todas las tripas mientras aún sigas viva hasta dejarte desangrada! ¡Y nadie... nadie va a oír tus últimos gritos! ¡Vas a morir sola! ¡Me voy a manchar las manos de tu sangre y luego me chuparé los dedos! ¡Eso es lo que va a pasar si no te callas...!
Claudia se preguntó en aquellos momentos, mientras una lágrima amenazaba con despedazar su semblante inexpresivo, qué la había impulsado a enamorarse, firmar un contrato de pareja e irse a vivir con un enfermo de la cabeza semejante. Ese hombre... ese hombre, por guapo y atractivo que fuese, no estaba bien de la cabeza. ¡En qué estaría pensando! Claro, que en los primeros días, él todavía fingía ser alguien pacífico y perfecto, como cualquier desea...
-No serías capaz-susurró Claudia, en voz apenas audible, pero desafiante.
Hugo rio, despectivo. Aquella debilucha... ¿le estaba retando?
-No sabes con quién estás jugando, ¿verdad?-dijo, con una malvada sonrisa, mientras se acercaba lenta e intimidatoriamente a ella.
Claudia comenzó a retroceder hacia la mesa del escritorio del salón. Ahora sí estaba asustada. Ahora, en vez de los moratones, se podría llevar algo de mucha más magnitud, como es la misma muerte.
-No hagas locuras. Todo el mundo te conocerá como un enfermo mental. Así es como saldrás en el telediario.-le advirtió.
-Me da igual lo que diga el mundo. Estoy hasta las narices de ti, y de tu chulería. Esto debe acabar ya.
Hugo agarró una botella de cerveza vacía de la mesa del salón, donde hace apenas media hora habían comido los dos, casi como si fueran una pareja normal. Casi como si lo fueran... Hugo, entonces, con la botella cogida firmemente, alzó el brazo, y energéticamente, lo bajó, impactando la botella estrepitosamente contra el borde de la mesa. Ahora, en vez de ser el resquicio de una comida, era un arma letal.
-No lo hagas... 
Alzó el brazo lentamente hasta la cintura.
-¡Basta!-lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
Hasta el hombro.
-¡Basta ya!-rompió a llorar.
Encima de la cabeza. Risa desencajada.
-¡No! ¡No! ¡No!
Estaba contra la mesa del escritorio, acorralada por aquel monstruo humanoide. Pocos segundos la separaban de la guadaña final. Era su vida. Y estaba en manos de alguien horrible.
Supervivencia. ¡Flash! Instinto. El tigre en la selva. Si se deja atrapar, morirá. Claudia, enloquecida, buscó con la mano algo en la mesa punzante. Quedaba menos para el paso mortífero. Sus ojos se clavaban en los de su agresor. Y la mano, a ciegas, palpitaba mientras buscaba frenética algo afilado. 
Entonces, encontró algo. La pluma. La pluma con la que firmó su acuerdo de pareja. La asió, con la fuerza de la locura, y demasiado rápido para el ojo humano, la clavó en el pecho de Hugo. Los ojos de él se vaciaron, mientras su boca se abría, intentado aspirar bocanadas de vida, como si sirviese de algo. Dio un gemido sordo, como aquel que se queda sin voz por la visita de la parca. Claudia retiró la mano, horripilada, por lo caliente que estaba su sangre. La pluma yacía enterrada en el pecho de aquella criatura indigna de ser calificada humana. Él cayó, primero sobre las rodillas, y luego sobre todo su cuerpo. Y, finalmente, dio su último aliento. Con la boca abierta. Con los ojos abiertos, como si su cara se hubiera paralizado en el tiempo. Ella respiró, por una parte aliviada porque había logrado restituir su seguridad, pero por otra parte con la inquietud de haber matado a alguien. Era alguien que para ella no merecía vivir, pero era alguien. Aunque, en realidad, ¿por qué debería arrepentirse?, pensó. Al fin y al cabo, él hubiera hecho lo mismo si no se lo hubiese impedido.

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