UN DÍA SIN ARTE

Esta semana, le dije algunos que publicaría la entrada semanal el viernes, pero debido a circunstancias personales no pudo ser, y pido disculpas a los que esperaban que la entrada se publicase tal día. Hoy os traigo un relato que pienso escribir ahora mismo, no es como la semana pasada, que ya estaba hecho. Se trata de un caso hipotético interesante. Atentos. ¿Qué sería el mundo sin arte? ¿Cómo sería la vida?

UN DÍA SIN ARTE

Suena el despertador. Hasta ahí, supongo que no cambiaría nada. Remoloneas el tiempo estipulado para tu personalidad y te levantas. Te dispones a ducharte, y piensas qué canción podrías poner en el móvil mientras te lavas, aunque aquí comienza lo bueno: la música no existe. Nunca ha existido. Te duchas, acompañado del sonido del agua repiqueteando sobre el plato de la ducha. Cierras el grifo, y el sonido se hunde en un vórtice de monotonía. Silencio. Te vas a desayunar. Te vistes, te lavas los dientes y sales de tu casa para ir a trabajar al bufete de abogados.

La verdad es que hoy es viernes, y por la tarde, pensabas ir con tus amigos a ver la nueva película que sacaron este miércoles, pero sorpresa una vez más: te has quedado sin plan, porque el séptimo arte no existe. Además, cuando llegas a coger el bus, los tradicionales anuncios en las paradas de autobús ya no están. Ahora está vacío. Tampoco está el mapa del trayecto del bus, pues como no hay arte, no hay artista, y por lo tanto no hay nadie que lo diseñe. El autobús llega, gris, dejando ver todas las piezas, porque nadie se ha ocupado de decorarlo. Todo es gris, metálico, duro, frío. De hecho, es alarmante la incomodidad que sientes cuando apoyas tu cuerpo en ese asiento de metal.

Piensas en escuchar música durante el trayecto, pero recuerdas que la música no existe. Exasperantemente frustrante. Para entretenerte, miras por la ventana, a ver si hay algo interesante que te alivie de esa monotonía. Todos los carteles de las tiendas son iguales. Todas las tiendas son iguales. Todos llevan un uniforme gris, todas las personas, todos los hombres, mujeres y niños. No existiendo el arte, nadie diseña prendas. El mundo se ha decolorado, y ahora es insulso, es soso como una sopa sin sal. Hablando de comida, el arte culinario, evidentemente, no existe, y nadie se preocupa por innovar en la cocina, descubrir nuevos sabores o probar nuevas formas de presentación. Los alimentos se han vuelto precarios, y la comida para llevar, a diferencia de los envases diseñados, se lleva en bolsas míseras de cartón. Lo de que todas las tiendas son iguales, por cierto, también se aplica a todos los restaurantes. Todos son iguales, ninguno tiene una decoración que lo diferencie del resto, y, por supuesto, los camareros y cocineros tienen su castizo uniforme gris.

Llegas al trabajo. Todo el mundo va con el ya insufrible uniforme gris. Tu maletín es gris. Todos son iguales. Todos son máquinas de trabajar, sin iniciativa ni ideas propias. Hay una multitud de letrados, porque nadie tuvo la opción de hacer diseño, artes, alta cocina, cine... Las bibliotecas ahora no tienen libros de verdad, tienen informes, libros de contabilidad. Nadie se puede refugiar en la fantasía de un libro. No hay galerías de artes. Los cines se han extinguido. Los centros de ocio han desaparecido. Los edificios artísticos ya no coronan la ciudad. La mitad del mobiliario urbano se ha disipado. Te desesperas, y ruegas que el arte vuelva. Definitivamente, para que la vida sea viable primero debe de haber arte.

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