El fotógrafo fantasma

Estoy deseando descubrir qué está ocurriendo por aquí. Lo pensaré.
El fotógrafo fantasma
Mi tío Adam había estado desaparecido durante décadas, así que fue una sorpresa que llamase a nuestra puerta aquella Nochebuena de 2014. Yo no sabía cómo había sido, pero ahora era un hombre anciano, unas canas con tiznes dorados, muchas arrugas que le navegaban toda la cara y una piel morena que podría haberse confundido con la de un indio. Había venido bien vestido y arreglado. Cuando sonreía, se le veía una dentadura perfecta. Mis padres no podían reaccionar. Yo no mostraba ninguna emoción porque no le conocía. Es decir, suponía que tenía que alegrarme, y sonreía, pero no sabía hasta qué punto era extraordinario el regreso de mi tío. 34 años, al parecer. 34. 
Mi padre, que era su hermano, no dejaba de preguntarle cosas, pero el tío Adam siempre buscaba una forma de evitar responder. A mi padre le ponía muy nervioso, porque había estado sin verle décadas y él solo se preocupaba del tiempo que hacía en Madrid. En un momento de la conversación, cuando todos estábamos sentados en torno a la mesa baja del salón, yo me disculpé y me fui a mi habitación, a ver si tenía alguna notificación en el móvil. Cuando volví mis padres estaban muy alborotados. El tío Adam decía que había estado solo en el desierto del Sahara durante varias semanas, y mis padres no le creían. Aunque, tratándose de un hombre como aquel, no sería extraño. Para demostrarlo, sacó del bolsillo interior de su chaqueta una foto pequeña con los bordes desgastados, donde le vimos, demacrado, arrastrándose por la arena. Mis padres se quedaron conformes, y quisieron saber dónde más había estado. Pero yo interrumpí:
-¿Quién sacó la foto?
-¿Perdón?-abrió mucho los ojos el tío Adam, sin dejar de sonreír.
-Que quién sacó la foto-repetí yo-Estás muy lejos de la cámara como para hacerte esa foto tú, además está hecha desde una altura mayor al suelo y se te ven los dos brazos.
Mi tío Adam se quedó de piedra, y todos le miramos.
-Vaya, es un chico listo, ¿eh?
No respondió nadie. Miró a su alrededor, serio, examinando una por una las caras que le observaban como si fuese un animal de laboratorio, y, tras un rato, resopló y se secó con la mano el sudor de la frente.
-¿Quién estaba haciendo la foto?-silabeó lentamente mi padre.
Mi tío le miró fijamente, con una sombra oculta de desprecio en su mirada, se levantó, y sin decir palabra, cruzó el salón y salió por la puerta por la que había entrado.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Espera!-exclamó mi padre, que fue tras él.
Yo fui con él, aunque cuando vi que el tío Adam se alejaba por la calle con prisa me mantuve a unos pasos de mi padre, que se acercaba corriendo a él, y cuando le alcanzó, apoyó la mano en su hombro. Él se giró bruscamente con cara de pocos amigos.
-Métete en tus asuntos, Mario.
-Pero, ¿para qué vienes a casa en Nochebuena si no quieres dar explicaciones? ¡No te hemos visto en  treinta años!
El tío Adam miró a un lado y a otro, y, mientras se giraba para seguir caminando, dijo fríamente:
-Ver.
El tono del tío hizo que mi padre no intentase seguirle de nuevo, y se quedase en la acera nevada, observando como la figura de su hermano se desvanecía poco a poco en aquella oscura noche de invierno. Y, como en su cabeza seguramente, en mi mente rondaban muchas preguntas: ¿dónde había estado? ¿Con quién había estado? ¿Qué había hecho? Pero la que más me intrigaba era esta: ¿volvería?

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