Sobre el dinero y la felicidad


Sobre el dinero y la felicidad
Juan Fábregas nació en el seno de una familia acomodada barcelonesa, y nada más sus padres vieron que podía entender lo que le decían, le explicaron que de mayor tenía que buscarse un buen trabajo para ganar mucho dinero. En la escuela, sus padres le obligaron a que trabajara todo el tiempo, para que se acostumbrase. No tuvo amigos. En el instituto trabajó todo el tiempo ('La media, la media', le decían). No tuvo novias. En el bachillerato se mató por la media. No salió, nada de nada, su única casa era su mesa de estudio. En una ocasión le preguntó a su madre que para qué trabajar tanto, que tenía envidia de los demás chicos de su clase, que salían juntos y ligaban. Su madre le respondió que ya tendría tiempo de vivir cuando fuese rico. Juan le hizo caso. Fue el mejor de su promoción. Se hizo empresario de una marca de ropa. Seguía sin amigos y sin novia. Trabajo, trabajo, trabajo. El día que murieron sus padres, las únicas personas con las que mantuvo una relación más o menos cercana, revisaba unas cuentas. Lloró un poco, pero no demasiado, pues los papeles eran para el martes. A los cincuenta años, Juan había amasado una ingente fortuna de 12 millones de euros. Entonces pensó que estaba cansado de trabajar y que debía vivir. Dejó la empresa a su segundo, escogido por ser el más apto, y compró una casa tranquila en la playa. Ahora tenía todo el tiempo del mundo. Miró alrededor, y pensó en qué hacer. Compró un yate, y se puso a navegar cerca de la costa. Las placas se juntaron mientras él estaba observando las familias, los amigos, reunidos todos en la playa, felices. Hubo un terremoto, y luego un tsunami. Murieron todos. Y, antes de ser engullido por las olas, Juan Fábregas pensó con tristeza que de qué le había servido sufrir tanto en la vida si moría igual que los que habían trabajado menos y, por tanto, habían tenido más tiempo de ser felices. En verdad, uno no podía permitirse el lujo de no vivir el momento. La vida era corta para perseguir el dinero, como siempre le habían dicho sus difuntos padres. Fue una lástima que nada más descubrir esto, lo descubriera a él la muerte.

¿Qué te ha parecido este texto? Se distancia un poco de mi línea humorística, pero es bueno ponerse serio de vez en cuando, poner los pies en el suelo de una manera más pesada. Ponme en los comentarios qué piensas, estaré encantado de responderte. ¡Pasa buena semana!
PD: sugerencias para próximos textos SIEMPRE bienvenidas :D.

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