El Juego de Fernando Serto

Una cosa que quería escribir desde hacía algún tiempo... adoro este personaje así que no dudéis en pedirme que le de vidilla más veces. Este relato se lo dedico a Mario, que dibuja muy bien, qué digo, ¡espectacularmente...! Amigo Mario, ¿sobrevivirías al juego de Fernando Serto?
El Juego de Fernando Serto
-¡Jefe! Ya le tenemos amarrado a la silla, solo falta usted.
Tras un momento, Fernando Serto salió de la habitación prohibida. Esta era un lugar al que nadie podía acceder, ni siquiera sus más fieles hombres, que ni ellos sabían qué se ocultaba ahí. El castigo por entrar era ser ejecutado al momento por su jefe, uno de los mafiosos más temidos entre el submundo de Madrid, apodado el 'pintamonas' por su famosa buena mano con la pintura. Corría el rumor de que su padre lo había amenazado con la muerte si se dedicaba mientras él vivía al arte, de modo que Fernando estaba esperando a que se muriese para dejar la asociación en manos de alguien y retirarse a su pasión. Mientras tanto, era conocido por tener una inteligencia de genio, sangre helada e infringir originales e hilarantes torturas a sus rehenes, que grababa para luego poner a sus hombres en los momentos de bajón.
-¿Ha dicho algo de momento, señor Barón?
-No, jefe, dice que nunca traicionará a Manuel y que nunca abrirá la boca.
-Bueno, eso habrá que verlo, ja, ja-rió Serto-¿Me vas a por lápiz, papel y goma? Yo ya voy yendo.
Sin decir nada, Juan Barón se retiró a cumplir la orden, mientras su jefe llegaba a la sala oscura donde le esperaban cuatro hombres con metralletas colgadas a lo bandolero y el rehén, que se agitaba y hacía ruidos molestos al intentar gritar con la mordaza puesta. Sus hombres se apartaron y Serto llegó hasta el rehén. Le miró con ojos sombríos y sonrió. 
-¿Te gusta dibujar?
El rehén se calmó, le miró extrañado y meneó la cabeza.
-¿Por qué? Es una actividad muy interesante, seguro que lo que le pasa es que nunca ha practicado lo suficiente. Pero yo, que le quiero y me preocupo por usted, lo voy a arreglar. Déjeme que le retire esas cosas tan incómodas.
-¡Buf! ¡Por fin! Ahh, qué bien sienta estirar las manos y los brazos tras no sé cuántas horas así... ¿y los pies, se van a desatar o...?
-No, hombre, no, no le hacen falta para dibujar.
-Vaya, así que tengo que dibujar, vale, muy bien, ¿y luego me soltáis o qué? Debo volver con mi jefe.
-De eso le quería hablar. Mire, su jefe, como ya sabrá, arruinó la vida de mi hijo, un poco la mía, destrozó mi casa, y entonces quiero ir a buscarle, para saludarle y tal, pero no puedo si nadie me dice dónde está. Y eso lo hará usted, decirme dónde está.
-¡Ja! Estáis locos si pensáis que voy a traicionar al mejor criminal de España.
-El mejor criminal de España según usted, no es más que un pimpinelas con suerte. Pero, dejando juicios aparte, ahí va el juego al que vamos a jugar. Usted me va encajando un bodegón que le voy a poner yo ahora, ¿bien?
-Sí...
-Cada vez que se equivoque, tiene diez segundos para corregir, y si no lo hace mis hombres le agarrarán y yo mismo le sacaré un diente a lo Edad Media.
-¿Como que a lo Edad...?
-Sin anestesia, para que nos entendamos. Y con unas tenazas oxidadas que uso para lo mismo desde hace 20 años. Puede que si las uso mucho le entre algún problema de salud, pero no se tiene que preocupar de eso si decide hablar.
-¡Ts! No hablaré.
-¡Jefe! Su lápiz, papel y goma-entró Barón en el cuarto.
-¡Oh, perfecto!-dijo Serto, recibiéndolos y poniéndolos encima de la mesa-¿Alguien tiene algo para dibujar?
-Bueno, podrías ponerle una metralleta-sugirió Paco Martínez, levantando la suya.
-Bien pensado, trae.
Serto cogió el arma y la depositó suavemente sobre la mesa frente al rehén, en posición de escorzo para hacerlo más interesante.
-Ya puede empezar.
-En fin. No he oído hablar nunca de este procedimiento de interrogatorio, pero bueno, es dibujar, con cuatro rayas yo me apaño.
Empezó por el cañón de la metralleta. Diez segundos después:
-Ese círculo está mal hecho, y no lo ha corregido. ¿No ve que está torcido y además no guarda simetría? Muchachos, por favor.
Dos hombres vinieron, le cogieron por la silla y le pusieron contra la pared; otros dos le sujetaron los brazos y Barón le abrió grande la boca agarrándole por los incisivos.
-Deje de chillar, por favor, es molesto, y además tiene que ahorrar voz para cuando le saque el diente.
El rehén no hizo caso. Serto se encogió de hombros, sonrió, y tras forcejear un poco con las tenazas dentro de su boca, hizo fuerza y sacó una muela.
-¡AAAAAAH!
-¿Hablará ahora?-sonrió.
-¡Jamás! ¡Soy leal hasta la muerte!
-Sea.
El rehén intentó huir, pero como tenía los pies atados, se dio de bruces contra el suelo. Barón le propinó una colleja, lo levantó y lo puso de nuevo enfrente de la mesa. Serto le ofreció el lápiz, que cogió temblando. Continuó dibujando el cañón de la pistola, otra vez el círculo. Diez segundos.
-¿Pero no lo ve que lo ha vuelto a hacer mal? No es simétrico, no tiene una línea firme. Muchachos.
-¡No! ¡Por favor!
-Qué lástima. Mire, para que vea que tengo corazón y soy buena persona, le doy a elegir entre qué diente quiere que le quite esta vez: un incisivo o un canino.
-No distingo los dientes por sus nombres...
-No hay problema, yo le enseño. Muchachos.
Otra vez contra la pared.
-Mire-dijo Serto, introduciendo de nuevo las tenazas en la boca-Esto es un incisivo.
El rehén gritó de dolor, pero no más que cuando Serto le enseñó lo que era un canino. La sangre chorreaba a mares, y tanto Serto como sus hombres tenían cuidado de no pisar el charco.
-¿Ya sabe lo que son los caninos y los incisivos?
-Ji...
-¿Prefiere seguir dibujando o me dice ya dónde está su amigo Manuel?-abrió los ojos mientras abría y cerraba las tenazas frente a su boca ensangrentada.
El rehén asintió, blanco de miedo, mientras Serto lo ponía de nuevo enfrente de la mesa.
-Bien, pues mire, sobre el mismo 'dibujo' que ha estado haciendo, pone la dirección donde pueda encontrarle. Usted se quedará aquí con Amit, Leo, Sacha y Rodrigo haciéndole compañía mientras yo voy a buscarle, y si Manuel no está ahí, se irá usted de aquí con un bonito collar que fabricaremos con su dentadura. ¿Ha quedado claro?
El rehén, aterrado, asintió dócilmente y escribió con temblores lo que se le había pedido. Nada más lo hubo escrito, Serto le arrebató el papel y examinó la dirección. 
-Barón, llama a Rodríguez para que venga a recogernos en el helicóptero. Nos vamos a Córdoba a buscar a nuestro amigo.

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