Aventura del Metro II

Ahí va la segunda parte de esta historia extraña y entrañable. El final no me convence del todo, pero Dios me dé vida larga para corregirlo cuando se me ocurra uno mejor. ¡Disfrutadla! :^)
Aventura del Metro II
Inteligentemente, nuestro escritor picó por Fernando, el cual gritó del dolor al ser arrojado por el torno de cabeza al suelo. La encargada salió de la cabinita, abandonando el Candy Crush por un momento, y le gritó a Manuel que si le pasaba algo. Él contestó que se encontraba perfectamente. La encargada se resistió a enfadarse y se centró en ayudar al pobre Fernando, que, aunque dolorido, dijo que se encontraba bien. Lo que tiene, ser un cabeza dura.
-Lamento muchísimo este pequeño accidente.-se disculpó Manuel con inusual humildad, juntando las manos y haciendo una venia.
-No pasa nada, hombre, estoy bien.
Tras este pequeño incidente, tras el cual la encargada volvió al juego, los dos amigos empezaron la travesía por las escaleras mecánicas. Se pusieron enfrente de las tres secciones, la de para abajo, la normal, y la de para arriba y Manuel le invitó a que se fuese con él a bajar por la de la izquierda. Fernando, por supuesto, rehusó, y hubo que bajar todas las escaleras mecánicas en sentido contrario. Más de uno se quejó, pero la encargada no oyó nada ni vio nada en las cámaras, estaba bien con el móvil. Cuando Manuel y Fernando llegaron, al fin abajo, jadeando los dos, Manuel señaló una dirección y el otro, sin pensar, le siguió. Así, llegaron al andén. Pero en cuanto vieron que era el andén de enfrente el que tenía la dirección que ellos querían, Manuel le dijo a su amigo que venga, que diesen la vuelta para cambiarse bien de andén, a lo que Fernando respondió:
-¡A mí la sociedad no me dice cómo tengo que cambiarme de andén!
Pero Manuel ya no le escuchaba, estaba ensimismado observando la anatomía de una buena dama que anunciaba moda de verano para la playa en un gran cartel de dos por tres metros que estaba detrás de ellos. Viendo que su amigo no le detendría, como solía hacer siempre la gente que iba con él, Fernando, con tiento y con cuidado, se bajó a las vías, con tan mala fortuna que se pisó los cordones y cayó al suelo.
-¡Hay alguien en la vía!-gritó una niña de cuatro años.
-¡Levántate! ¡Levántate, Dios, hijo que viene el tren!-gritó sofocada una señora de avanzada edad, regordeta y pelinaranja del bote.
En efecto, el crchiiiiii eléctrico del tren se acercaba más y más. Fernando hizo por levantarse, pero el cordón se había metido por no sé dónde y no podía, ¡no podía! A todo esto, Manuel estaba ensimismado en un par de razones de peso y no oía los gritos que la gente daba, pidiendo al conductor desesperadamente que parase. Pero el hombre tampoco podía oír, porque estaba escuchando con auriculares estereofónicos ‘TV theme’, de la banda americana ‘Trainwreck’. Cerraba los ojos, pues los años de experiencia le habían llevado a saberse los controles del tren de memoria, mientras sacudía la cabeza atrás y adelante y cantaba:
-Wanna get witcha girl, I wanna get witchu, let me get witcha girl, I wanna get witch…
No pudo terminar el verso pues de repente notó una sacudida. Mientras la gente gritaba horrendamente, la cabina de mando se transformó en brocha y pintó de rojo varios metros de la vía. Y, aunque los trozos mal triturados de carne (las ruedas actuaron como auténticas máquinas de cortar) dificultaron un poco al principio la parada del tren, no hubo problema, pues al final no hubo descarrilamiento ni ningún problema. Cuando el conductor se quitó los auriculares y oyó a toda esa gente gritando y señalando enfrente del tren, se inclinó por encima del panel de control y su estómago desalojó el desayuno.
-Santo Cielo, por favor, creí que era el domingo cuando me iba a ir de caza… habrá que llamar a la central…
Mientras todo esto sucedía, Manuel al final tuvo que reconocer que había ruido alrededor y se giró. ¡Qué sorpresa, cuando vio a todos chillando a grito pelado! Ninguno de esos gritones había estado nunca en un coro, bien que se notaba. También se preguntó que dónde estaría su amigo, que lo había perdido de vista. Y, oye, ¿de dónde salía ese kétchup? Le había manchado la pernera del pantalón. Algún descuidado, que habría tenido la indecencia de dejar gotear la hamburguesa en aquella zona sagrada que era su cuerpo. Manuel llamó a Fernando, que no lo cogió.
-Qué extraño-dijo Manuel, sin casi poder oírse entre la algarabía.-No me coge.
Decidió ignorar a su amigo, que ya estaba un poquito hasta los ayer casi desmenuzados de él, y cambió de andén. Según el protocolo general del metro, cuando sucedían este tipo de accidentes el tren ‘agresor’ (por así decirlo) se quedaba en su sitio, hasta que viniesen el forense y su panda a retirar el cadáver. Sin embargo, el otro tren, si no se habían visto perjudicadas sus vías, que era el caso, podía continuar su itinerario sin ningún problema. Manuel ignoraba todo esto, pero no se apercibió de ninguna anormalidad, ya que con toda naturalidad él cambió solito de andén y esperó tranquilamente un par de minutos al tren, al que se subió, y que no tardó en ponerse en marcha. Nada más salir, Manuel vio algo de pasada en las vías. No lo había podido distinguir muy bien. ‘Jesús’, pensó, ‘cómo se le habrá podido caer todo ese kétchup’.

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