EL LÁSER

Para inaugurar el blog, os traigo un relato que escribí hace algún tiempo. Tiene detrás una historia, pero, ¿quién soy yo para desvelárosla? Leed el relato, y luego intentad averiguarlo. ¡Si os gusta, comentad!
 EL LÁSER 
El mío es un mundo delimitado por las tinieblas y la perpetua oscuridad. No sé lo que soy. No puedo tocarme, ni sentirme, ni percibir nada, excepto el sonido, y la luz; pero jamás hay ninguna luz. Estoy condenado a un aire vacuo, a un horizonte oscuro imposible de distinguir. En mi mundo, no hay nada excepto mis compañeros. No poseemos nada excepto nuestra compañía. La mayoría del tiempo la pasamos en un silencio sobrecogedor, porque no podemos hablar de nada. Nuestro silencio tiene zarpas, nos araña con su dureza.
A veces, paseo, por esa llanura en la que vivo. No camino, ni vuelo. Es algo indescriptible, ya que solo se puede describir lo que se ha visto. Simplemente, me muevo. Nunca me alejo del grupo. Somos un grupo. Para no perdernos, siempre estamos unidos, para guardar un punto de referencia.
No tengo amigos. Los amigos se conocen, y aquí no se puede conocer a nadie, porque nadie habla. De vez en cuando alguna vez alguien dice algo como “¿Dónde estoy?” o cosas como “¿Hay alguien?”. Cada mucho ocurren estas manifestaciones de presencia. Normalmente no nos hace falta manifestarla. Este es un mundo ausente de valores existenciales, nadie nos ha enseñado lo que es el dolor, la ira, la felicidad o, uno fundamental, la curiosidad. Con la falta de la última, ganamos todavía más inexistencia.
La única excepción de este páramo de oscuridad, es el láser. Cada  no mucho tiempo, bastante regularmente, de repente, una chispa resuena en el vacío, encima de nuestros seres. Cuando giramos la cabeza ante el ruido, vemos una luz que parpadea enana, un punto de luz. El color de aquella cosa siempre nos deslumbraba, por su drástico contraste con el color de nuestro mundo. Tras  muy poco tiempo después de chispear, la luz se estabiliza y deja de parpadear. En posición temporal inmediatamente ulterior, de repente sonaba un ruido más potente, que retumbaba en nuestras cabezas. No era desagradable en absoluto, era como un zumbido.
 Entonces el equilibrio de nuestro mundo se tambaleaba. Una línea de luz salía del punto en las alturas, una línea tan brillante como su origen. Caía perpendicular a la superficie de nuestro territorio. Aterrizaba siempre sobre un compañero. La luz iluminaba poco a poco partiendo desde matices grisáceos negruzcos a más blanquecinos, alumbrando una masa amorfa flotante en el vacío. A medida que se encendía nuestro camarada, su fisonomía cambiaba. Se volvía alargado. Desarrollaba en su parte inferior dos largas extremidades, y en la parte de arriba, a los lados, otras dos líneas gruesas que irradiaban luz, un poco más cortas. En la parte más alta de su estructura, a nuestro camarada le salía un extraño bulto, soportado por una línea aún más gruesa que las otras.

Entonces, cuando la figura estaba en una forma extrañamente bella y completamente iluminada, el zumbido se intensificaba gradualmente. Cuando ya nos parecía insoportable a los demás, nuestro compañero explotaba, desperdigando por nuestro aire algunas escasas partículas brillantes, que al tiempo desaparecían. Al mismo tiempo de la explosión, el láser que descendía del vacío desaparecía. Nunca sabemos qué les pasa a los que se van. Si cambian su forma de ser, si hacen algo, si sienten. Solemos apagar esa llama de curiosidad, ya que sin respuestas, no hay nada que la alimente. Y... vuelta a la oscuridad.

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