LA AGONÍA DE LA TABERNA
Qué deciros, público. Cuando llegue el momento, ¡podréis atar cables! Hasta entonces, podéis mirar otra pieza del rompecabezas...Esta es una actualización.
LA AGONÍA DE LA TABERNA
El
olor resulta familiar... no le gusta a nadie. Es comprensible, por
eso solo unos pocos se aventuraban a hacer visitas.
Unas patillas invasoras entraban en su cara. Un pelo canoso peinado
hacia atrás, con su misma grasa sosteniéndole, brillaba a la luz
eléctrica de la taberna, con dos finos mechones cayendo por el lado
derecho de la frente. Unos ojos marrones y pícaros, que hacían
juego con su piel morena manchada. Una nariz prominente y una sonrisa
deteriorada... definitivamente, la cara de Corsario le valía su
apelativo. De hecho, ningún cliente de los que frecuentaban su
tugurio supo jamás de su nombre. Era alguien excéntrico, raro,
estrafalario... pero sabía llevar un bar, y con eso se ganaba la
vida. Conversaba, si alguien en la barra le daba conversación.
Siempre fregaba una jarra de cerveza mientras se reía de lo que
contaban sus clientes. Era un buen tabernero... Con un olor que
dejaba de ser nauseabundo si te acostumbrabas, pero pocos lo hacían.
Jim
entró desanimado en la Barraca Borracha. Acababan de despedirle, y
quería ahogar las penas en una jarra bien fría de ron. Se apoyó en
la barra y exhaló un hondo suspiro.
-Una
birra-voceó, intentando ser, a pesar de su tono, amable.
No
oyó ninguna respuesta. La barra parecía desierta... ¿Dónde
demonios estaba aquel hombre?
-Una
birra, Corsario, venga, que no tengo todo el día-dijo Jim,
impacientándose.
Escuchó
un gemido débil, como un vago estertor, al otro lado de la barra.
Debía estar por debajo del nivel de esta, lógicamente, pues no veía
nada. Dada la deducción, se asomó, apoyándose en los brazos, al
otro lado. Corsario se retorcía en el suelo, con los ojos
semicerrados, moribundo. Respiraba con dificultad.
-¡Corsario!-gritó
Jim, alarmado. Saltó a donde Corsario estaba y se inclinó sobre
él-¡¿Qué ha pasado?!
-Agentes...
sombra...-articuló con esfuerzo.
-¿Agentes?
¿Sombra? ¿De qué estás hablando? ¿Ellos te han hecho esto?
El
moribundo asintió, con los ojos en blanco, en un movimiento que
pareció captar toda su energía vital. Jim sacó rápido el
teléfono, y pidió una ambulancia. Dijeron que la enviarían
inmediatamente. Colgó, devolvió el móvil al bolsillo y continuó
prestando atención a Corsario.
-No
te preocupes...-dijo, intentando disimular su nerviosismo sin
éxito-Te pondrás bien.
Corsario
puso una cara que pretendía negarlo.
-Veneno...
rápido...-gimoteó- ve...circ...fur...
Jim
estaba alarmado. Llegó la ambulancia. Corsario aún respiraba, con
los ojos ya cerrados. De repente, Jim oyó al médico.
-Este
no es nuestro asunto. Llamad a homicidios.
Muerto.
Sin sangre. Había dicho veneno porque sabía que había sido
asesinado con una sustancia letal... y por lo que había dicho,
rápida. Jim se quedó pensando, mientras se alejaba de la Barraca
Borracha, para volver a su casa. ¿Quién le habría podido querer
matar? Tenía fama, al contrario que sus clientes, de persona
pacífica, y en la pequeña ciudad gozaba de tal reputación; y aunque la gente
no quisiese frecuentar su local, lo respetaba. ¿Quién habría
podido querer matar a tan respetable hombre...?
Pero
lo que sacaba a Jim de quicio era aquel conjunto, o, añadiendo y
quitando pocas letras, conjuro: ve-circ-cab... Ninguna palabra.
Ningún detective, ¡ningún procedimiento policial...!, podrían
determinar qué significaba aquel conjuro del demonio. Ve-circ-fur... ¿Qué narices
podía significar...?
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